De Teherán a Estocolmo y más allá: la resistencia iraní
El miércoles se celebró la 55ª sesión del juicio de Hamid Noury, antiguo director de la prisión iraní de Gohardasht (Karaj), que participó en la tortura y ejecución de 30.000 presos políticos en 1988. Noury fue detenido en 2019 durante un viaje a Suecia y posteriormente fue juzgado por sus crímenes contra la humanidad.
Durante el juicio, muchos testigos y demandantes declararon sobre las atrocidades cometidas en las cárceles iraníes, por Noury y otras autoridades del régimen. También contaron las historias de valentía y firmeza de los miembros y simpatizantes de la Organización de Muyahidines del Pueblo de Irán (PMOI/MEK), que se negaron a arrodillarse ante el régimen de los mulás y se mantuvieron fieles a su dedicación a la resistencia iraní y a la causa de la libertad y la democracia en Irán. Y pagaron el precio definitivo con la cabeza bien alta al ser enviados a la horca por docenas durante la masacre de presos políticos iraníes de 1988. Treinta y cuatro años después de que el régimen intentara destruir sus vidas y su legado, su historia se cuenta en los pasillos del tribunal de Estocolmo.
Pero el juicio de Noury también mostró la capacidad de resistencia de la resistencia iraní de otra manera, a saber, la presencia constante de iraníes en los tribunales de Suecia.
A lo largo del juicio, bajo la nieve, la lluvia, el aguanieve y el granizo, estos expatriados iraníes celebraron concentraciones ante el tribunal durante horas y horas en el frío más intenso, exigiendo justicia y responsabilidad por cuatro décadas de crímenes. Llevaban fotos de las víctimas y pancartas que denunciaban los crímenes cometidos por los dirigentes del régimen, entre ellos el líder supremo del régimen, Alí Jamenei, y su nuevo presidente, Ebrahim Raisi.
Son simpatizantes del MEK, muchos de los cuales han perdido a sus seres queridos a causa de la brutalidad del régimen o han sufrido directamente a manos de las autoridades del régimen en las cárceles iraníes. Han sido expulsados de su patria durante años y décadas, pero no han abandonado a sus compatriotas y siguen concienciando sobre la difícil situación del pueblo iraní y la situación de los derechos humanos en Irán.
No sólo están presentes en Estocolmo, sino también en Londres, París, Washington, Toronto, Sidney y decenas de otras ciudades del mundo.
Su resistencia, determinación y presencia constante en todos los rincones del mundo es una extensión de la resistencia de miles de presos políticos iraníes que han sacrificado sus vidas para mantener encendida la llama de la libertad.
Son la voz del pueblo iraní, de las valerosas unidades de resistencia, de los trabajadores desempleados y mal pagados, de los esforzados agricultores privados de agua, de los manifestantes que se encuentran en las cárceles iraníes, de los estudiantes iraníes que sueñan con un futuro mejor. Son la prueba viviente de que no se puede matar la aspiración a la libertad en Irán. También son un recordatorio de que, sean cuales sean las políticas del mundo, llegará el día en que el pueblo iraní vivirá en libertad y los autores de las violaciones de los derechos humanos tendrán que rendir cuentas por sus innumerables crímenes.
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