Crisis y guerra en Oriente Medio: Raíces y soluciones

By Amigos españoles de Irán libre - enero 16, 2024

 


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Mientras el mundo observaba atónito el 7 de octubre, estallaba un nuevo conflicto en Oriente Medio, que dejó desconcertados a muchos países y analistas. El repentino estallido de hostilidades cogió a muchos por sorpresa, suscitando preguntas sobre lo que no vieron y lo que deberían haber anticipado.


Los acontecimientos posteriores al 7 de octubre desencadenaron intensos debates, la mayoría de ellos centrados en el papel de Irán en la crisis. Al principio, los funcionarios del régimen iraní defendieron con vehemencia el ataque, calificándolo de victoria significativa. Sin embargo, cuando Estados Unidos desplegó buques de guerra en la región y aumentó su presencia militar, su retórica cambió. Afirmaron que se trataba de una decisión "completamente palestina", afirmando que Irán no había desempeñado ningún papel en la planificación y ejecución.


A pesar de los diversos puntos de vista, la mayoría de los analistas coinciden en un punto crítico: independientemente de que Irán haya estado directamente involucrado o no, su apoyo financiero, armamentístico y de adiestramiento ha desempeñado un papel fundamental en la creación de la crisis. Las fuerzas proxy del régimen iraní deben su posición actual a este apoyo, lo que convierte a Irán en una figura central responsable de la actual agitación en la región.

Por lo tanto, para abordar la crisis de forma integral, la mayoría de los analistas coinciden en que la clave reside en abordar su causa fundamental: Irán.

La cuestión apremiante ahora es por qué Irán decidió fomentar esta crisis en la región y qué objetivos pretende alcanzar. Igualmente, es importante explorar las posibles soluciones a esta crisis y las acciones necesarias para paliar la situación.


Comprender los objetivos del régimen iraní durante la crisis


Para comprender los motivos de Irán en la crisis actual, resulta imperativo volver sobre los pasos y entender los objetivos generales del régimen y su persistente intervención en la región. Sólo examinando esto, es posible comprender realmente por qué Irán decidió instigar esta crisis en esta coyuntura concreta.

Desde su ascenso al poder tras la revolución de 1979, el régimen iraní ha anclado su gobernanza en dos principios fundamentales. El primero, gira en torno a la represión interna, mientras que el segundo se centra en la difusión mundial de la crisis bajo el pretexto de la "exportación de la revolución".

Este marco estratégico se eligió en respuesta a la incapacidad del régimen para abordar eficazmente los retos de una sociedad progresista tras la revolución antimonárquica. Lastrado por su talante anticuado y arcaico, el régimen clerical luchaba por satisfacer las aspiraciones de la población iraní, que anhelaba reformas democráticas, libertades sociales e individuales.

Reconociendo la necesidad de preservar su autoridad, los clérigos dedujeron que la supresión de la disidencia interna y la exportación de los conflictos internos más allá de las fronteras nacionales eran esenciales. En consecuencia, se creó el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI), con una doble misión: sofocar la oposición interna y generar tanto disturbios como conflictos fuera de las fronteras territoriales de Irán, exportando así las crisis del régimen al extranjero.

Durante las últimas cuatro décadas, las agresivas intervenciones regionales de Irán han sido notorias. Ocho años de guerra con Irak, junto con un historial de fomento de las hostilidades en Líbano, Yemen y Siria, han ido acompañados del establecimiento estratégico de grupos subsidiarios, especialmente Hezbolá en Líbano y la Yihad Islámica en Palestina, así como en otros territorios regionales.

Durante las últimas cuatro décadas, el régimen ha intentado repetidamente contrarrestar las crisis internas avivando las llamas de la agitación externa. El Líder Supremo del régimen, Alí Jamenei, y otros dirigentes del régimen han reconocido sistemáticamente, que la falta de implicación en los conflictos de Siria y Líbano, conduciría inevitablemente a batallas dentro de Teherán y en las calles de Irán.

Por otra parte, los dirigentes del régimen han hecho hincapié en la importancia fundamental del Líbano y Siria como su profundidad estratégica, subrayando que sus esfuerzos por fomentar las crisis más allá de las fronteras de Irán, no se derivan de ninguna preocupación genuina por el bienestar del pueblo palestino, o de la región en general. Por el contrario, estas acciones sirven como un sacrificio calculado de miles de palestinos y pueblos de la región, para garantizar la preservación del poder del régimen, desviando así la atención de sus desafíos internos. Esta política ha seguido siendo la piedra angular de la gobernanza del régimen durante más de cuatro décadas.

En efecto, este enfoque ha transformado a Irán en un Estado patrocinador principal del terrorismo mundial. Por desgracia, la política de apaciguamiento de Occidente no sólo no ha conseguido frenar la beligerancia del régimen, sino que ha envalentonado sus esfuerzos destructivos. Las potencias occidentales no sólo se han abstenido de tomar medidas decisivas contra las actividades terroristas y la conducta maligna del régimen en la región, sino que también le han proporcionado un escudo mediante su postura indulgente y su inacción.

Los acontecimientos del 7 de octubre y la crisis posterior se alinean con este patrón establecido. Es crucial reconocer que el principal objetivo del régimen al fomentar esta crisis no se basa en una simpatía genuina por la causa palestina. Más bien, sirve como maniobra calculada para sacrificar las vidas de miles de palestinos y judíos, con el fin de desviar la atención de una crisis más importante dentro de Irán, y facilita la represión de los manifestantes al interior. El objetivo último del régimen es garantizar su permanencia en el poder, empleando este método para ocultar sus vulnerabilidades internas y mantener su control sobre la nación.

La crisis interna que asola al régimen iraní se manifiesta en forma de levantamientos generalizados y llamamientos a su derrocamiento, por parte del pueblo iraní.



Un vistazo a la crisis interna de Irán y su necesidad de una crisis internacional


Desde 2017, una serie de levantamientos han reverberado en todo Irán, ganando impulso de manera constante y evolucionando hasta convertirse en una fuerza formidable que exige el establecimiento de un gobierno democrático. La principal oposición, la Organización de Muyahidines del Pueblo de Irán (PMOI/MEK) y sus Unidades de Resistencia dentro de Irán, han desempeñado un papel fundamental en la organización y movilización de estos levantamientos. A pesar de la implacable y brutal represión del régimen contra los levantamientos y las Unidades de Resistencia, el fervor por el cambio no ha hecho más que intensificarse. Cada oleada sucesiva de disidencia no sólo ha ido en aumento, sino que también se ha extendido por todo el país, y las Unidades de Resistencia del MEK han ganado terreno en todo el país.

Consciente de la potente amenaza que suponían estas revueltas, el régimen emprendió una serie de medidas calculadas. La imposición como presidente de Ebrahim Raisi, figura clave implicada en la masacre de presos políticos de 1988, sirvió para consolidar las filas del régimen y afianzar la unidad interna. El infame papel de Raisi en la ejecución masiva de más de 30.000 presos políticos, en su mayoría miembros y simpatizantes del MEK, pone de relieve las brutales tácticas de represión del régimen.

Para agravar aún más la situación, el régimen optó por intensificar sus actividades de enriquecimiento de uranio, desencadenando intencionadamente una crisis internacional en el ámbito nuclear. Simultáneamente, intensificó sus actividades terroristas globales, como lo demuestra un complot frustrado en 2018 para bombardear la reunión anual de la Resistencia iraní en París. Las fuerzas de seguridad europeas detuvieron a miembros de la red, incluido el diplomático y terrorista Assadollah Assadi, que operaba bajo los auspicios de las embajadas del régimen en Europa.

En septiembre de 2022, se produjo un momento decisivo cuando el pueblo iraní organizó el mayor y más prolongado levantamiento de la historia del país, dirigido directamente contra el régimen. En un desafío audaz y directo a la autoridad del régimen, el pueblo se dirigió específicamente a su testaferro, Alí Jamenei, con resonantes cánticos de "Muerte a Jamenei" y "Muerte al dictador". El régimen era plenamente consciente de que la revuelta suponía una amenaza inminente para su propia existencia.

A pesar de sus esfuerzos concertados para sofocar el levantamiento, incluida la despiadada matanza de más de 750 manifestantes, el encarcelamiento arbitrario y la tortura de más de 20.000 personas, el régimen comprendió que la sociedad iraní hervía bajo la superficie, lista para estallar en cualquier momento. La proliferación y expansión de las Unidades de Resistencia del MEK por todo el país, sirvió de fuerza catalizadora, transformando rápidamente las protestas localizadas, en un formidable movimiento nacional que desafiaba el control del régimen sobre el poder.

Ante esta agitación interna, la respuesta estratégica de Jamenei se materializó en la exacerbación de una importante crisis, más allá de las fronteras de Irán. La agitación regional, que comenzó el 7 de octubre, fue meticulosamente diseñada para frustrar el floreciente levantamiento dentro de Irán. Fue una maniobra deliberada, destinada a sofocar el impulso del movimiento popular, y prevenir cualquier posibilidad de derrocamiento del régimen.

 

 

Exploración de soluciones y acciones viables


El análisis de los acontecimientos ocurridos en Oriente Medio durante las últimas cuatro décadas, revela que el régimen iraní es identificado como la fuente fundamental de las crisis y los desafíos en la región, actuando como un impedimento significativo para alcanzar la paz. En la crisis actual surge una cuestión fundamental: ¿debe percibirse al régimen iraní como parte integrante de la solución o como la causa fundamental del problema? Algunos sostienen que la reticencia del régimen iraní a participar en una guerra directa, debería interpretarse como una voluntad de contribuir a una resolución. Los defensores de este punto de vista proponen que se inste al régimen iraní a aprovechar su influencia sobre los grupos subsidiarios, frenando así la proliferación del conflicto a través de estas fuerzas intermediarias.

Por el contrario, otros sostienen que entablar este tipo de contactos con el régimen iraní, supone pasar por alto la cuestión principal. Afirman que este enfoque no tiene en cuenta la agenda subyacente del régimen iraní, que pretende establecer una hegemonía en la región. Según esta perspectiva, el régimen no es un mero influenciador, sino el orquestador detrás de esas fuerzas subsidiarias, que ejercen un control directo. Postulan que, el régimen emite directrices para que continúen los ataques, exacerbando las crisis en la región.

Teniendo en cuenta estos puntos de vista divergentes, resulta imperativo explorar varios escenarios:


Primer escenario: Continuación del statu quo


La crisis actual en Oriente Medio puede atribuirse a la política de apaciguamiento de Occidente hacia Irán, y a su reticencia a reconocer las acciones destructivas del régimen iraní durante las últimas cuatro décadas. Los grupos de presión del régimen iraní en Occidente, han afirmado insistentemente que cualquier enfrentamiento significativo con Irán desembocaría en una guerra entre Estados Unidos e Irán. Con el pretexto de promover la paz y evitar un conflicto entre ambas naciones, estos grupos de presión han abogado activamente por la política de apaciguamiento.

Grupos influyentes de Occidente, influidos por la misma narrativa, han optado por pasar por alto las intervenciones del régimen iraní, todo ello en nombre de la prevención de una guerra entre Estados Unidos e Irán. Lamentablemente, esta política no sólo no ha evitado la guerra, sino que ha permitido inadvertidamente al régimen iraní alimentar conflictos sangrientos en la región durante años. El régimen iraní ha desempeñado un papel decisivo en la financiación, el armamento y el entrenamiento de fuerzas subsidiarias en varios países, lo que ha dado lugar a la proliferación de la violencia.

Las fuerzas proxy del régimen iraní, especialmente en Irak, han instigado una guerra sectaria que se ha cobrado miles de vidas. Del mismo modo, en Siria, las fuerzas respaldadas por Irán, han sido responsables de la muerte de miles de sirios.

Este ciclo de guerra y derramamiento de sangre ha persistido en toda la región, con los Houthis en Yemen y Hezbolá en Líbano, como manifestaciones adicionales de la influencia desestabilizadora de Irán. Las consecuencias de esta política de apaciguamiento son evidentes hoy en día, con la región envuelta en otro conflicto importante.

El origen de la narrativa que sugiere que, la provocación del régimen iraní podría conducir a una guerra con Estados Unidos se remonta al propio régimen iraní. A lo largo de los años, el régimen y sus grupos de presión en Occidente, han propagado esta narrativa hasta tal punto que se ha arraigado como un "hecho probado" en los círculos políticos de Occidente. Muchos gobiernos y partidos políticos lo consideran una realidad indiscutible. Sin embargo, una comprensión más profunda de las motivaciones del régimen iraní para intervenir en la región y de su afición al belicismo, revela una perspectiva más matizada.

Contrariamente a la narrativa perpetuada por el régimen, quienes conocen los motivos de sus intervenciones, reconocen que una guerra directa con Estados Unidos y Occidente, supone una amenaza existencial para el régimen. El régimen emplea estratégicamente una política de exportación de las crisis internas, y de participación en el belicismo exterior, para evitar la extensión del conflicto dentro del propio Irán. El objetivo final no es incitar a la guerra al régimen, sino salvaguardar su existencia. En consecuencia, el régimen interviene en otros países a través de apoderados, evitando la responsabilidad directa.

El Líder Supremo del régimen, Ali Jamenei, articuló explícitamente esta estrategia durante un discurso, en medio de las tensiones del régimen con la administración Trump el 13 de agosto de 2018, cuando la perspectiva de una guerra parecía inminente. Jamenei afirmó enfáticamente: "No habrá guerra y no negociaremos". Aclaró que evitar la guerra, se basaba en el entendimiento de que ambas partes, Irán y Estados Unidos, podían perder significativamente en caso de conflicto armado.

En esencia, las intervenciones del régimen en otros países a través de apoderados, tienen como único objetivo mantener su control del poder, ocultar crisis internas y evitar levantamientos que puedan amenazar su dominio. Hacer la vista gorda ante estas intervenciones y apaciguar al régimen, sólo sirve para alimentar sus objetivos estratégicos. Comprender las motivaciones del régimen es crucial para elaborar políticas informadas que promuevan la estabilidad y la responsabilidad en la región.

En la crisis actual, a pesar de la evidente conexión entre las fuerzas proxy del régimen iraní y el propio régimen iraní, ciertos grupos de presión y apologistas de Irán restan importancia persistentemente al papel de Irán, insistiendo en que la crisis es únicamente una cuestión palestino-israelí. Se oponen con vehemencia a cualquier mención de Irán en este contexto, y tachan a quienes señalan a Irán de belicistas que buscan una escalada de las tensiones con Estados Unidos. Esta táctica sigue un patrón familiar, inducir el miedo a la guerra para desalentar el escrutinio de las acciones de Irán, allanando en última instancia el camino para un apaciguamiento continuo.

En lugar de abordar la raíz del problema, la implicación de Irán, estos grupos intentan desviar la atención, reconociendo sólo una parte de la cuestión. Sin embargo, tras el desastre regional que se está produciendo, se espera que las consecuencias sean más graves que en ocasiones anteriores. Algunas de estas repercusiones incluyen:

El régimen iraní, junto con sus fuerzas aliadas y subsidiadas, emerge como fuerza hegemónica en la región, consolidando su control sobre puntos estratégicamente vitales. Esto permite al régimen reforzar su influencia sobre puntos estratégicos clave de la región.

El régimen iraní intensifica la participación de sus entidades interpuestas en los conflictos regionales, perpetuando un ciclo de violencia y derramamiento de sangre. Esto crea un entorno propicio para la proliferación de actividades terroristas. También provoca un aumento de la frecuencia e intensidad de los ataques contra países vecinos, e instituciones consideradas contrarias a los intereses del régimen iraní, disminuyendo así las perspectivas de paz en Oriente Medio.

La prolongada política de apaciguamiento hacia Irán provoca el distanciamiento de numerosos países de la región respecto a Occidente, contribuyendo a la fragmentación de Oriente Próximo. Especialmente tras la actual crisis en la región, se espera que este enfoque provoque cambios en las alianzas diplomáticas y en las estructuras de poder. Existe la posibilidad de que varios actores se alineen con el régimen iraní, para salvaguardar sus intereses, o para protegerse de las acciones destructivas y de los apoderados del régimen. En consecuencia, el equilibrio de poder regional se vuelve cada vez más complejo.


La indiferencia de la comunidad internacional ante la agresión regional de Irán a través de sus apoderados, ha proporcionado un caldo de cultivo para el terrorismo y el extremismo. Al mismo tiempo, con la adquisición de capacidades nucleares por parte del régimen iraní, surge no sólo una amenaza para la seguridad de los países vecinos, sino también una importante amenaza para la estabilidad y la paz mundiales.


En resumen, las implicaciones de mantener el statu quo frente a las intervenciones de Irán en la región, acarrean consecuencias profundas y polifacéticas que se extienden más allá de las fronteras de Oriente Medio. Desde la escalada del terrorismo y el derramamiento de sangre, hasta el fomento de la inseguridad global, y la remodelación de las alianzas diplomáticas, las ramificaciones de la inacción subrayan la necesidad crítica de un enfoque decisivo y global, para hacer frente a las aspiraciones hegemónicas del régimen iraní.


La mentalidad del régimen para evitar la guerra directa y adoptar sustitutos


Reconocer el meollo de la crisis actual, caracterizada por una guerra y un derramamiento de sangre persistentes, exige comprender que el control opresivo ejercido por el régimen clerical se encuentra en el centro de la misma. La estrategia sistemática del régimen de fomentar los conflictos y promover activamente la guerra en la región, es un pilar fundamental para mantener su control del poder. Es imperativo subrayar que el régimen, consciente de las nefastas consecuencias que tendría un enfrentamiento directo con Estados Unidos, se abstiene de entablar hostilidades directas. El objetivo último del régimen no es enfrentarse directamente a adversarios poderosos como Estados Unidos; y como tal, un conflicto marcaría sin duda el final de su gobierno.

En su lugar, el régimen adopta un enfoque calculado de exportación de crisis más allá de las fronteras de Irán a través de sus apoderados, interviniendo estratégicamente en la región para desviar la atención del descontento interno, y así, salvarse de la agitación interna. El patrón cíclico de creación de crisis y belicismo, se convierte en algo inseparable de la estrategia de supervivencia del régimen. En esencia, las políticas intervencionistas del régimen en la región, están orientadas a redirigir el descontento interno y mantener una apariencia de control.

En resumen, la intrincada red de creación de crisis y belicismo en la región, está intrínsecamente ligada a los instintos de supervivencia del régimen. Una resolución duradera de este dilema polifacético, requiere un cambio transformador, un cambio de régimen en Irán, ya que la propia existencia del régimen actual, está íntimamente ligada a su capacidad para exportar crisis y manipular conflictos para perpetuar su dominio.

En este contexto, dos posibilidades distintas pasan a primer plano, cada una de las cuales presenta su propio conjunto de retos y ramificaciones, que exigen una consideración y un análisis cuidadosos.


El segundo escenario: Intervención militar y ocupación


En este panorama, la perspectiva de reproducir estrategias pasadas, como las empleadas en Irak y Afganistán, implica la intervención militar directa, y una posterior ocupación de Irán por parte de Estados Unidos y sus países aliados. Sin embargo, basándonos en las experiencias de anteriores intervenciones militares, especialmente en Irak y Afganistán, esta opción parece cargada de un cúmulo de complejidades y desafíos, con consecuencias potencialmente de largo alcance e indeseables, por lo que resulta inviable.


El tercer escenario: Un cambio de régimen por parte del pueblo iraní


En contraste con el modelo de intervención militar, esta opción implica fomentar y apoyar un movimiento popular desde dentro de Irán, el cual abogue y trabaje activamente por una transformación democrática, y la destitución del régimen existente.

La población iraní, como demuestran los recientes levantamientos, ha expresado su deseo de un cambio de régimen y el establecimiento de una república democrática en Irán. El régimen iraní mantiene su autoridad mediante medidas represivas, que incluyen ejecuciones y tortura. Por el contrario, existe una oposición potente y bien organizada, con una amplia red en todo el país. El Consejo Nacional de la Resistencia de Irán (CNRI), ha presentado un plan global para el futuro de Irán, que ha cosechado un importante apoyo internacional. La Organización de Muyahidines del Pueblo de Irán (PMOI-MEK), miembro clave del NCRI, ha desempeñado un papel fundamental en la organización y el mantenimiento de estos levantamientos, a través de su amplia red de Unidades de Resistencia en todo Irán.

Lamentablemente, en las últimas décadas, la política occidental de apaciguamiento, se ha desviado del apoyo activo a las aspiraciones democráticas del pueblo iraní, y a la oposición organizada. En su lugar, ha optado por limitar a la oposición y aplacar al régimen iraní.

La comunidad internacional puede desempeñar un papel crucial en el empoderamiento del pueblo iraní, apoyando activamente a los grupos de oposición organizados dentro de Irán, en particular al Consejo Nacional de Resistencia de Irán (NCRI) y a la Organización de Muyahidines del Pueblo de Irán (PMOI/MEK), y reconociendo la lucha del pueblo iraní para derrocar al régimen, así como la valiente lucha de la juventud iraní contra la terrorista IRGC.

Para el régimen iraní, esto representa el escenario más peligroso y potencialmente fatal, ya que reconoce la amenaza inminente de su propio derrocamiento. El régimen es plenamente consciente de que, a pesar del descontento latente en la sociedad iraní y la insatisfacción generalizada, su permanencia en el poder está asegurada, mientras no exista una oposición nacional organizada capaz de mantener las protestas.

De ahí que, en los últimos años, el régimen no ha escatimado esfuerzos para desmantelar su principal oposición organizada, el MEK, o por lo menos, aislarla políticamente. Este empeño ha supuesto una importante inversión de recursos, que asciende a millones de dólares, en una campaña concertada para vilipendiar al MEK. Desde el inicio de los levantamientos de 2016, el régimen ha empleado enérgicamente a sus grupos de presión internacionales, para propagar la narrativa de que, el MEK, carece de una base popular en Irán, y por tanto, el régimen no tiene una alternativa viable.

En sus esfuerzos por frenar la disidencia y prevenir la aparición de una alternativa creíble, el régimen ha recurrido a respaldar falsas alternativas, promoviendo incluso el retorno a la dictadura opresiva de la época del Sha. En particular, durante el levantamiento de 2022, el régimen apoyó clandestinamente al hijo del antiguo Sha, perpetrando una campaña encubierta dentro de Irán para distorsionar la noción de una alternativa al régimen actual.

Lamentablemente, la política de apaciguamiento de Occidente, ha contribuido al engaño del régimen. La televisión en lengua persa, los medios de comunicación de los países occidentales y regionales, han contribuido a alimentar esta percepción engañosa. Al censurar intencionadamente las noticias relacionadas con el MEK, estos medios de comunicación promocionaron al hijo del ex dictador, creando una sensación de desilusión entre la población. Esta percepción, que sugería la sustitución de un dictador por otro, provocó posteriormente una disminución del ímpetu de los levantamientos.

En resumen, mientras Occidente se enfrenta a escenarios apremiantes, resulta cada vez más crucial abordar la hegemonía regional de Irán, y frenar sus acciones desestabilizadoras. Mantener el statu quo supone una amenaza para la paz y la seguridad en Oriente Medio, mientras que la intervención militar corre el riesgo de aumentar la inestabilidad regional. Por el contrario, el apoyo al pueblo iraní y a su oposición organizada, presenta una vía hacia el cambio duradero, en consonancia con los principios democráticos, la libertad y la cooperación regional.

La cuestión central no es sólo cómo enfrentarse a Irán, sino cómo adoptar la política adecuada para un cambio sostenido, en armonía con los valores democráticos, la libertad y la cooperación regional. El paso inicial para Occidente consiste en aplicar las medidas políticas adecuadas. Esto incluye designar a la IRGC como una organización terrorista, cerrar las embajadas del régimen en Europa, expulsar a los agentes del régimen de las instituciones europeas, restablecer las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, reconocer la lucha del pueblo iraní por el derrocamiento del régimen, la lucha de los jóvenes contra la IRGC, y hacer que los líderes del régimen rindan cuentas por genocidio y crímenes contra la humanidad. Es imperativo considerar al régimen iraní, como una amenaza inmediata para la paz y la seguridad mundiales, en virtud del Capítulo VII de la Carta de Naciones Unidas.

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